Cada humano tiene su caos estable; un desorden de partículas, sí, pero que sabe dónde se encuentra cada una, no en este momento; sí cuando lo requiere. Todas están en el caos controlable. Todas.
A veces (que no siempre; que no obligatoriamente; que no inherente), llega un momento en el que cierta partícula decide crear su propio caos dentro del caos, y lo hace de la manera más inestable posible: penetrando a otro conjunto de partículas caóticamente ordenadas.
Y entonces sucede… en esa gran explosión se escucha una energía con las emociones expuestas hacia lo penetrado:
“Fue tu caos lo que me atrajo, y son nuestros caos colisionando constantemente los que nos mantienen unidos. Rechazamos la estabilidad, la volvemos caos también; la corrompemos, y hasta hallamos gran placer en ello. Y, entonces, volvemos a crear nuestro caos estable.
Éramos galaxias errantes hasta antes de colisionar, ahora somos galaxias fusionadas que vagan juntas; que recorren el universo sin saber cómo será el camino, pero firmes, seguras.
Así somos: todo o nada. Si placeres, hasta la ignición; si discusiones, hasta explotar. Detestamos las medias tintas, por ello resulta difícil no romper el papel en que escribimos nuestra historia, pero lo conseguimos: letras intensas, marcadas hasta el centímetro más profundo de la superficie, sin quebrarlo; al contrario: llenándolo de vida por tantas muertes… de ésas, de las chiquitas.
Tú y yo existimos desde antes que las galaxias, y en cada Vida somos tan memorables que seguimos coincidiendo; que continuaremos haciéndolo.
Construyamos, pues, universos mediante su antítesis: la deconstrucción… el caos.”
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