Pasa que la nada es diferente al vacío.
Con tus pasos has caído en la primera por no volar hacia aquél. Prefieres continuar sobre senderos rasos y concretos antes que —siquiera— considerar un, sí, nada estable, mas sincero camino.
Que puedes hundirte en mí: sí; pero, ¿acaso has pensado cuánto, y —más importante— cómo podría sumergirme yo en ti?, ¿no crees que las arenas movedizas probablemente lo sean porque ellas mismas se consumen? Claro, son tus pies lo que más importan. ¡Qué torpe quien por mero placer se adentra en algo que le han dicho le llevará a la muerte! Pero —nuevamente otro pero— ¿...y si no?, ¿y si al dejarte caer resurgieras en otra tierra que jamás pensaste conocer?, o, mejor, en otro universo, o, todavía más: en El universo.
—Vanagloriado de lo inestable.
No somos ni pretérito, más bien copretérito, porque ni fuimos: podíamos; y no.
En presente somos el recuerdo; la reminiscencia. En el presente no hablemos sobre el pasado porque precisamente eso: nunca sobrepasamos. Simplemente pasamos, como el tiempo eterno para lo tedioso; como la noche que estorba para ver su antítesis; como ésta que demora en dormir para que la hija de aquélla nos mire; como quien gusta pero no le Quieren; como lo que anhelas mas prefieres contemplar; como tú; como nosotros: simplemente pasamos.
Y nada más.
Aunque, pensándolo bien —o probablemente no tanto… sí, definitivamente no tanto—, no somos ningún tiempo, pues jamás nos conjugamos. El destiempo es lo único oportuno entre nosotros.
Sírvante estas letras como la carta del destiempo; de lo que deseo te sea en el que decidas ser.
Sírvanme éstas como la carta que alguien más me escribiese frío a(l) tiempo.
Sírvannos. Y salud.
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