Toma este miedo: hazlo tuyo. No, mejor llévatelo; que se vaya. ¿Cómo?, con un beso, con tus brazos sobre mí, con una mirada... tú sabes de eso. Espera.
El dilema: despedirme del miedo o de ti.
Decir adiós al primero no asegura que me quede contigo. ¿Quedarme?, pendejo; no eres un objeto, es más, ni siquiera pareces real. Pero lo eres, y si no, qué importa. Dicen que la primera condición para que algo sea real es sentirlo... Y yo te siento, incluso (principalmente) cuando no estás.
Decía, pues, que si adiós al miedo, riesgo contigo. Y digo riesgo porque sé que dolerá. ¿Que cómo lo sé? No me preguntes, simplemente lo sé: somos dos galaxias caóticas a punto de colisionar y provocar una explosión de mágicas estrellas, pero también una de peligrosos meteoritos. La intensidad de ahora predice la que se vivirá(?) post mortem.
Y, consciente de ello, no me importa. De nuevo. No me importa, porque veo tu sonrisa a lo lejos y sé que quiero provocarla; porque los párpados cubren mis ojos y tus ojos en mi mente surgen; porque no soy tuyo, no eres mía, ni somos de alguien; porque somos al estar juntos, y así cada quien lo suyo; porque aun los silencios entre nuestros labios producen melodías; porque no, no eres lo mejor que me ha pasado: eres lo que me está pasando... y así te Quiero, en presente.
¿Despedirme de ti? Dejó de ser opción desde el momento en que el primer trazo de estas letras fue imaginado.
Adiós, miedo.
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Eres de esas pocas personas que logran poner en letras lo que sienten, que dejan una parte de si mismo en lo que escribe. No tienes idea de cuánto me gusta lo que escribes...
Buenas vibras, Andrés.
Después de tan bonitas palabras, me quedo sin ellas para agradecerte. Es eso algo de lo que me motiva a seguir haciendo como que escribo. Abrázote, Fani.