Somos nuestras ganas postergadas; los encuentros clandestinos; la pasión latente; el reproche por la huida constante y además, aunque duela, necesaria.
Aunque, ¿por qué necesaria?, ¿de quién huyes?, ¿de qué huyes cuando permaneces; qué encuentro buscándote? Jugamos a que no nos importa el qué dirán mas propiciamos que nuestros labios se enciendan en la penumbra. Soy tu escape —de lo que sea—; eres mi encuentro —con lo que sea. Juegas a ser libre pero muestras tus cadenas en cada trago, juego a llevar el hedonismo como bandera mas te mojo con mis lágrimas en cada roce.
¿De qué huimos, entonces, al hallarnos? Tampoco finjamos demencia: ambos lo sabemos, y lo sabemos bien. Lo supimos desde el primer encuentro de tus puntos suspensivos con mis punto-y-comas. Lo sabemos ahora y lo sabremos cada que nos refugiemos entre sábanas arrendadas; lo sabemos como el vicioso consciente de ser su propio verdugo.
Y es que lo sabemos tanto que preferimos ignorarlo. Lo preferimos así porque decidimos aniquilarnos en cada orgasmo hasta que los suspiros griten basta, y entonces sea momento de volvernos tan ajenos como las paredes que alguna vez retuvieron gemidos para no ser oídos por la moral; como las botellas que besamos; como nuestros corazones irreverentes que eventualmente se doblegaron ante lo inevitable de las pasiones acumuladas.
Después de ello seremos calma, mas por ahora sigamos siendo caos, el más inestable de ellos.
Continuemos escupiéndole a la moralidad y corriéndonos sobre las buenas costumbres.
Sigamos siendo lo que somos cuando asimilamos la Vida como lo que es: un cúmulo de riesgos.