Mi cómo escribo es también mi cómo vivo.
Mi Vida no es mía; es cada instante compartido con alguien más (a veces conmigo); un momento que muta a muchos, que se vuelve una historia. Con cada persona que coincido, letras son plasmadas. A veces una página, a veces un capítulo, otras un párrafo… incluso tan sólo un par de manchas que se perderán en alguna página cuyo contenido nadie se detendrá a consultar: Hola, adiós.
Existe un documento, un archivo, un ente de Word, pues, en el que escupo pedazos de historias. Seis líneas, un par de personajes, un diálogo, puntos suspensivos… otra idea, otra historia. Se repite.
Inicios, y, si acaso finales, con tres puntos. En ocasiones comienzo a escribir con intención de que ésta sea una historia larga. Sucede que después de algunas páginas ya no soy yo quien redacta, sino esa voluntad de continuar con la promesa (torpe) inicial. Perdidas, exageradas, sin sentido, alienadas. Así las letras.
Y entonces me doy cuenta: escribo como vivo, y viceversa. Mis escritos son cortos (ay, la relatividad), intensamente cortos, que no superfluos, que tampoco el-antónimo-de-superfluo. Cada letra, cada punto, cada tilde, aun cada espacio lo siento en todas las terminales nerviosas. Así la Vida: cada charla, cada abrazo, cada beso, cada orgasmo, aun cada silencio… principalmente los silencios, como el que harás entre el punto que a continuación (se) viene y la primera letra del párrafo próximo.
(Silencio...).
Probablemente un día logre escribir esa historia larga que tanto pide mi (necio) hemisferio izquierdo, y sea de lo mejor que haya hecho, o sea sólo un bulto para ocupar algún espacio, espacio que nadie sabrá de su existencia. Probablemente. ¿Cuándo?, eso no lo sé; no me importa.
Mientras, sigo eyaculando letras intensas de duración variable en cada encuentro con otro humano; sigo destruyéndome para destruir historias; sigo con esa pasión del primer beso, de la primera palabra, incluso en la misma historia, sobre el mismo párrafo; sigo con la excitación de no conocer qué pasará dentro de un segundo, de ignorar la palabra que viene después de ésta, que bien puede ser la última, la primera, la de en medio, pero que, sin inicio ni final, es.
Mientras, mientras, te invito a que continuemos escribiviendo hasta fusionarnos con la tinta y trascender en ella para ser leídos por alguien más, por nadie, por la propia tinta sublevada, como aquella que añora no sólo estar en un papel, sino ser en Otro. En ti.
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Inicios, y, si acaso finales, con tres puntos. En ocasiones comienzo a escribir con intención de que ésta sea una historia larga. Sucede que después de algunas páginas ya no soy yo quien redacta, sino esa voluntad de continuar con la promesa (torpe) inicial. Perdidas, exageradas, sin sentido, alienadas. Así las letras.
Y entonces me doy cuenta: escribo como vivo, y viceversa. Mis escritos son cortos (ay, la relatividad), intensamente cortos, que no superfluos, que tampoco el-antónimo-de-superfluo. Cada letra, cada punto, cada tilde, aun cada espacio lo siento en todas las terminales nerviosas. Así la Vida: cada charla, cada abrazo, cada beso, cada orgasmo, aun cada silencio… principalmente los silencios, como el que harás entre el punto que a continuación (se) viene y la primera letra del párrafo próximo.
(Silencio...).
Probablemente un día logre escribir esa historia larga que tanto pide mi (necio) hemisferio izquierdo, y sea de lo mejor que haya hecho, o sea sólo un bulto para ocupar algún espacio, espacio que nadie sabrá de su existencia. Probablemente. ¿Cuándo?, eso no lo sé; no me importa.
Mientras, sigo eyaculando letras intensas de duración variable en cada encuentro con otro humano; sigo destruyéndome para destruir historias; sigo con esa pasión del primer beso, de la primera palabra, incluso en la misma historia, sobre el mismo párrafo; sigo con la excitación de no conocer qué pasará dentro de un segundo, de ignorar la palabra que viene después de ésta, que bien puede ser la última, la primera, la de en medio, pero que, sin inicio ni final, es.
Mientras, mientras, te invito a que continuemos escribiviendo hasta fusionarnos con la tinta y trascender en ella para ser leídos por alguien más, por nadie, por la propia tinta sublevada, como aquella que añora no sólo estar en un papel, sino ser en Otro. En ti.
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